Vale ya de errores. Vale ya de cerrar los ojos, y hundirme. Estoy cansada de fingir, de pretender que todo está bien cuando no lo está. No quiero seguir sonriendo, cuando en realidad lo único que quiero es hacerme una pelotita en el suelo y llorar como si no hubiera un mañana. Porque, a decir verdad, para mi es así. Para mí, cada noche me acuesto convencida de que no despertaré. Y ojalá fuera cierto.
Porque todo se me pasaría si tu me sonrieras como no sonríes a nadie más. Todo sería más fácil si me abrazaras hasta quitarme el aire. Y tal vez, solo tal ves, yo sería un pelín más feliz si me mirases a los ojos mientras, despacio, acercas tu rostro al mío.
Pero, asumamoslo... nunca va a pasar, tendré que conformarme con soñar despierta.
domingo, 16 de octubre de 2011
lunes, 3 de octubre de 2011
Y pasearemos por la esquina de las putas, cogidas de la mano.
Y aún recuerdo mi último día contigo. Recuerdo tus besos sabor frambuesa, y las suaves caricias con las que me premiabas cada vez que mi camiseta caía al suelo. Añoro cuando me tomabas el pelo y te reías de mis intentos de poner cara de enfado.
Si cierro los ojos, aún puedo ver tu vestido con volantes bailando al son que tu le marcabas dando vueltas y vueltas bajo el sol. Me acuerdo de como nos miraban todos cuando paseábamos regalándonos besos hervidos a fuego lento, agarradas por la cintura. Y aún te oigo tratando de convencerme de que las miradas que nos dirigían no eran de asco sino de envidia.
Nunca te enfadabas conmigo. Aún no me lo explico. No importaba lo que te hiciera. Me mirabas a los ojos hasta que gruñía de frustración; entonces te reías, me rodeabas con tus cálidos brazos, y me besabas en el cuello hasta que me rendía a ti.
¿Recuerdas el día en el que te llamé puta? Yo sí. Bueno, la verdad es que no recuerdo por qué te lo llamé. Pero sí que recuerdo cómo me lanzaste tu sonrisa pícara -la juguetona que guardabas solo para mí- y, atrapándome con tu mirada y empujándome suavemente contra la cama, me susurraste: "puede que lo sea, pero no te preocupes, a ti sólo te cobraré en caricias".
Si cierro los ojos, aún puedo ver tu vestido con volantes bailando al son que tu le marcabas dando vueltas y vueltas bajo el sol. Me acuerdo de como nos miraban todos cuando paseábamos regalándonos besos hervidos a fuego lento, agarradas por la cintura. Y aún te oigo tratando de convencerme de que las miradas que nos dirigían no eran de asco sino de envidia.
Nunca te enfadabas conmigo. Aún no me lo explico. No importaba lo que te hiciera. Me mirabas a los ojos hasta que gruñía de frustración; entonces te reías, me rodeabas con tus cálidos brazos, y me besabas en el cuello hasta que me rendía a ti.
¿Recuerdas el día en el que te llamé puta? Yo sí. Bueno, la verdad es que no recuerdo por qué te lo llamé. Pero sí que recuerdo cómo me lanzaste tu sonrisa pícara -la juguetona que guardabas solo para mí- y, atrapándome con tu mirada y empujándome suavemente contra la cama, me susurraste: "puede que lo sea, pero no te preocupes, a ti sólo te cobraré en caricias".
viernes, 30 de septiembre de 2011
Big girls don´t cry.
Le faltaba fuerza, le sobraba desgana.
Lea cerró los ojos, y luchó por obligar a su mente a cambiar de tema. Estaba harta de recrearse dolorosamente en pensamientos que era mejor olvidar.
¡Pero es que no podía!
Joder, como puedes aprender tantas cosas en un día de una persona y de repente actuar como si no supieras nada, como si no te importara. Porque claro que importa. Una cosa es engañarse a uno mismo, decidir creer cualquier cosa, aun a sabiendas de que probablemente solo juegan contigo. Pero cuando la evidencia de que te han mentido descaradamente es tan grande, tu cerebro hace clic, y se para. Y de repente todo gira tan deprisa que te mareas y sientes ganas de explotar y llevártelo todo por delante.
Porque ya no sabes que hacer. Todo tu mundo está cabeza abajo.
Ahí es cuando Lea abrió los ojos y decidió que no volvería a escuchar una mentira, costara lo que costase.
Lea cerró los ojos, y luchó por obligar a su mente a cambiar de tema. Estaba harta de recrearse dolorosamente en pensamientos que era mejor olvidar.
¡Pero es que no podía!
Joder, como puedes aprender tantas cosas en un día de una persona y de repente actuar como si no supieras nada, como si no te importara. Porque claro que importa. Una cosa es engañarse a uno mismo, decidir creer cualquier cosa, aun a sabiendas de que probablemente solo juegan contigo. Pero cuando la evidencia de que te han mentido descaradamente es tan grande, tu cerebro hace clic, y se para. Y de repente todo gira tan deprisa que te mareas y sientes ganas de explotar y llevártelo todo por delante.
Porque ya no sabes que hacer. Todo tu mundo está cabeza abajo.
Ahí es cuando Lea abrió los ojos y decidió que no volvería a escuchar una mentira, costara lo que costase.
Quien no arriesga no gana.
Sentado en la barra del bar, con la cabeza gacha, bebía. No le importaba el que. Bebía. Había entrado, se había sentado, había pedido alcohol del de olvidar, y tomaba una copa tras otra sin levantar la cabeza. Ya se encargaba el camarero de que su vaso no estuviera vacío.
Y supo que ella acababa de entrar. No la oyó, no la vio, pero lo supo. Fue fácil. Cuando ella estaba cerca, el corazón le martilleaba furiosamente, y la cabeza lo martirizaba. Detestaba esa sensación. Esa en la que el corazón te dice que amas una persona, que lo quieres todo con ella, por ella y para ella. Esa sensación de dependencia. Esa en la que el corazón discute con la razón, que argumenta de una manera fría y letal contra él. Porque por mucho que cada fibra de su ser material la amaba con todas sus fuerzas, la mente seguía insistiendo en recordarle lo que le había hecho sufrir, lo que había jugado con él.
Le recordaba que si ella estaba ahí era para humillarlo. Y entonces lo entendió. No la amaba. Solo quería lo que no podía tener. Apuró su última copa y la miro a los ojos con tal furia, que la sonrisa que ella estaba esbozando murió en sus labios, siendo sustituida por una mirada primero de duda y luego de terror. Pero él era su juguete. Ella era la que hacía daño. Ya se encargaría ella de que todo siguiera así. Es por eso por lo que decidió seguirle fuera, a la oscuridad, sin pararse a pensar que ahora ella era el juguete, y que pronto sería un juguete roto.
Y supo que ella acababa de entrar. No la oyó, no la vio, pero lo supo. Fue fácil. Cuando ella estaba cerca, el corazón le martilleaba furiosamente, y la cabeza lo martirizaba. Detestaba esa sensación. Esa en la que el corazón te dice que amas una persona, que lo quieres todo con ella, por ella y para ella. Esa sensación de dependencia. Esa en la que el corazón discute con la razón, que argumenta de una manera fría y letal contra él. Porque por mucho que cada fibra de su ser material la amaba con todas sus fuerzas, la mente seguía insistiendo en recordarle lo que le había hecho sufrir, lo que había jugado con él.
Le recordaba que si ella estaba ahí era para humillarlo. Y entonces lo entendió. No la amaba. Solo quería lo que no podía tener. Apuró su última copa y la miro a los ojos con tal furia, que la sonrisa que ella estaba esbozando murió en sus labios, siendo sustituida por una mirada primero de duda y luego de terror. Pero él era su juguete. Ella era la que hacía daño. Ya se encargaría ella de que todo siguiera así. Es por eso por lo que decidió seguirle fuera, a la oscuridad, sin pararse a pensar que ahora ella era el juguete, y que pronto sería un juguete roto.
lunes, 4 de abril de 2011
Destilando odio merecido
Sí, estoy loca. ¿Pero acaso eso no es de agradecer en este mundo demente?
Porque, si estar cuerda significa ser como la mayoría, me niego. Lo siento, pero simplemente no quiero. Me entran ganas de llorar solo de pensarlo. ¡Maldita sea! Maldita sea la humanidad. ¡Qué demonios! Nos autonombramos humanidad, pero ¿con qué derecho? Llamamos humano, humanidad, etcétera a cualquier cosa que nos parezca ética o moral; y llamamos animal a todo aquello que nos parece, valga la redundancia, inhumano. Deberíamos parar a pensar que somos nosotros los que nos comportamos como lo que llamamos animales. Odiamos, envidiamos, matamos, somos crueles innecesariamente y, por último pero no por ello menos importante, manipulamos. Causamos un mal al mundo, que difícilmente será reparado. Y, aún así, tenemos la desfachatez de decir que nosotros somos los cívicos, y que las bestias son los animales. Uso bestia, no de manera fortuita, sino porque es un sinónimo de animal. Resulta cómico. Y puede que irónico.
Pero, sintiéndolo mucho -no, en realidad no lo siento, solo me parecía oportuno decir que lo sentía- paso oficialmente a autoimponerme el apelativo de animal, bestia y demás sinónimos. Si, he perdido la cabeza, pero al menos mi locura no hace daño a nadie. No puedo decir lo mismo de esos individuos que se hacen llamar personas.
sábado, 2 de abril de 2011
Honestly....

A veces es tan fácil dejarse llevar por las primeras impresiones, que nos olvidamos de que una persona nunca muestra como es en realidad a la primera de cambio. Así que, ¿de que sirve juzgar a una persona nada más verla, e incluso sin conocerla, si para ello nos vamos a basar en algo que probablemente no es real? Porque, honestamente, ¿alguien de verdad tiene tanta confianza en si mismo como para mostrar todos sus secretos, toda su forma de ser, y todo lo que os de la gana, a alguien a quién acaba de ver por primera vez en su vida? Todos nos guardamos algo, todos nos guardamos las cosas de nosotros mismos que creemos que a los demás no les iban a gustar. Digo creemos, porque está claro que en muchas ocasiones guardamos tras esa puerta oscura que hay en un rinconcito de nuestra mente lo mejor que tenemos, lo que nos hace diferentes, sin darnos ni siquiera cuenta de ello. Y eso es culpa de esa estúpida manía social de comportarnos como clones.
Y para los pesimistas, sabéis que sigo teniendo razón. Porque a veces también pasa a la inversa. Es decir: juzgamos a una persona -sin conocerla, por supuesto- y llegamos a la conclusión de que es maravillosa. Y luego, en cuanto le damos la oportunidad, descubrimos que en el cuarto oscuro de su mente tiene guardado ese matiz de su personalidad que nos hará sufrir.
¡Pero por todos los espíritus! ¿Es que nadie es consciente de que la primera impresión se forma en apenas dos segundos (es un dato científico) y de que es matemáticamente imposible que sea tiempo suficiente para hacernos una idea real de una persona?
Francamente, la humanidad es jodidamente estúpida.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)